Aloma no encaja en los moldes. No es complaciente, no busca agradar y no espera permiso para actuar. Su oficio —el periodismo— le sirve de excusa para meterse donde no la llaman, pero su motivación va mucho más allá de una buena exclusiva. En un mundo diseñado para que las mujeres callen o pasen desapercibidas, Aloma incomoda, desarma, revienta estructuras. Esta vez, su instinto la lleva a descubrir una verdad enterrada durante siglos, custodiada por quienes manejan los hilos desde las sombras.
En esta segunda entrega, más madura, más directa y con un tono aún más mordaz, Aloma demuestra que la aventura no necesita héroes de manual. Solo hace falta alguien que no tenga miedo de mirar de frente a la mentira.
La cabeza del Papa arranca como un misterio vaticano y termina en algo mucho más amplio. La investigación que pone en marcha Aloma le arranca las costuras a una institución sagrada, sí, pero lo que realmente se pone en juego es el control de la verdad, el poder del relato, la manipulación de la historia.
El cómic juega con los elementos clásicos del thriller —claves antiguas, persecuciones, archivos secretos— para hablar de temas tan actuales como la censura, la doble moral o el uso político de la espiritualidad. Y lo hace sin grandilocuencia ni dogmas, con la soltura de quien tiene claro que lo importante no es el decorado, sino las personas que lo habitan.